VIVIR POR DENTRO Y REFLEJAR VIDA EN EL ESPÍRITU
¿Cómo manifiestar la acción del Espíritu Santo en nuestra vida?
El Espíritu Santo actúa de muchas maneras. Su modo de obrar es infinito, porque Él es muy creativo. Por eso para cada situación y para cada persona se “inventa” su manera particular, única, irrepetible, como cada uno de nosotros.
Sin embargo hay algunos modos de actuar que son muy propios suyos, y que utiliza con todos nosotros. Y hoy queremos referirnos a cuatro de esas formas específicas de actuar que tiene el Espíritu Santo y que tú podrás ir descubriendo en tu propia vida.
Ellas son:
- Es tu Maestro interior (Jn 14,26)
- Es tu Guía (Jn 16,13)
- Te hace hijo de Dios (Ga 4,6)
- Te hace testigo de Cristo (Jn, 15,26-27)
1. Es tu Maestro interior (Jn 14,26)
Cuando Jesús dice: “El Espíritu Santo os lo enseñará todo…” está hablando del Espíritu Santo como de un Maestro. Pero ¿por qué es Maestro? ¿Qué es lo que enseña?
El Espíritu Santo te hace conocer a Cristo. Pero conocerle con un conocimiento experiencial, es decir, de vivencia. Esto significa una experiencia profunda, intensa y duradera. Una experiencia que transforma la vida, y no un conocimiento meramente teórico.
Su enseñanza no es diferente a la de Jesús. Es también revelación del Padre, es la verdad completa (Cf. Jn 16,13). En ese sentido, es también Discípulo, porque somete su acción al deseo y al querer del Padre.
Maestro de oración
Específicamente Él te enseñará a orar. Es Maestro interior de oración cristiana. La oración es verdadera unión del alma con Dios. Consiste en estar de manera constante en presencia de Dios, en comunión con Él. El hombre puede por sí solo pronunciar palabras, pero no puede orar. Porque la oración, como búsqueda y unión con Dios, es siempre un don de Dios mismo. Y como sucede con todos los dones, no puede crecer sin la ayuda del hombre.
En tu humanidad descubres que vives inmerso en la fragilidad, la incertidumbre, la inconstancia… Seguramente has experimentado la dificultad de orar y no sabes cómo hacerlo.
¡Pero esto no debe desanimarte! Si tú se lo pides, el mismo Espíritu Santo te saldrá al encuentro. Tomará tu situación, orará en ti y por ti… Asumirá tu fragilidad, llevando a cabo la obra que Él ha iniciado a pesar de todas las dificultades (Cf. Rm 8,26-27).
Es en la oración donde cada vez tomarás más conciencia de tu identidad. Orando experimentarás el llamado a vivir en una relación filial con Dios Padre. Solo cuando ores desde esta dimensión, impulsado por la acción del Espíritu, serás verdadero adorador en Espíritu y en verdad.
Actitudes a tomar ante el Maestro Interior
- Una escucha atenta, que involucre todo tu ser: cuerpo, alma y espíritu. Además, una escucha que no sea selectiva, es decir, que no escuches solo lo que te convenga. Escuchar de tal manera al Espíritu Santo que seas capaz de intuir sus deseos, sus motivaciones, sus sentimientos, su voluntad.
- Una gran docilidad. Pero una docilidad que no sea pasividad, sino que implique una participación activa. No solo debes querer aprender, sino también dejarte enseñar.
- Limpieza de corazón. Es decir, sinceridad profunda, recta intención. Que no haya dobleces en ti, sino un corazón transparente y sin pecado.
- Deseo de hacer su voluntad. Hambre y sed de adherirte a sus planes y a sus proyectos, de someterte a su dirección. Buscar sinceramente lo que Él quiere para ti.
2. Es tu Guía (Jn 16,13)
Cuando emprendes una excursión, el guía es el que dirige, el que va delante, el que sabe el camino. De él dependes en todo por el miedo de perder el camino. Él es el que te indica el cómo y el dónde; el cuándo y el qué hacer.
Lo mismo cuando vas a hacer un viaje en un automóvil que tiene GPS, vas siguiendo las indicaciones del dispositivo. Pero si haces un giro equivocado, el GPS recalcula tu ruta. Nunca se rinde hasta que alcanzas tu destino. Puedes ignorarlo o apagarlo. Pero si lo sigues hará que tu viaje sea más agradable y pacífico. Y llegará un momento en el que dirá: “Has llegado a tu destino”.
Pues bien, el Espíritu Santo es tu Guía, está contigo en el camino. Él quiere acompañarte y ha prometido guiarte. De esto hablábamos hace un tiempo, en un artículo que titulamos ¿Quién es el protagonista de tu vida? Te recomendamos que también lo leas y medites, ya que complementa muy bien el tema que estamos tratando hoy.
Él es el guía fundamental, que va delante de ti mostrándote la ruta a seguir. Él va removiendo obstáculos, abriendo tu entendimiento y haciendo todas las cosas más claras y evidentes. Te conduce por donde debes andar en todas las cosas espirituales. Sin tal guía, estarías expuesto a caer en el error.
¿Cómo puedes reconocer la guía del Espíritu Santo?
El Espíritu Santo no te hablará con palabras audibles. Más bien, Él te guiará a través de tu propia conciencia (Cf. Rm 9,1). O como diría el Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, “El Espíritu Santo nos guía como una madre… como una persona que ve conduce a una persona ciega…”.
Hay maneras muy claras en las que puedes recibir su guía. Ellas son, entre muchas otras: estar familiarizado con la Palabra de Dios, llevar una fuerte vida de oración y tener una vida sacramental comprometida.
– Estar familiarizado con la Palabra de Dios
Es una de las maneras más importantes para reconocer la guía del Espíritu Santo. Junto con la enseñanza de nuestra Santa Madre la Iglesia, en la Biblia encontrarás la fuente principal de sabiduría acerca de cómo debes vivir (Cf. 2Tm 3,16-17). Por eso debes aprender a escudriñar las Escrituras, a meditar en ellas, a orar con ellas.
La Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” (Ef 6,17). Por lo tanto el Espíritu la utilizará para hablarte y revelarte la voluntad de Dios para tu vida (Cf Jn 16,12-14). Y también traerá citas específicas a tu mente en los momentos en que más las necesites (Cf. Jn 14,26).
El conocimiento de la Palabra de Dios te puede ayudar a discernir si tus deseos provienen o no del Espíritu Santo. Debes poner a prueba tus inclinaciones frente a la Palabra. El Espíritu Santo nunca te impulsará a hacer algo contrario a la Palabra de Dios. Si lo que deseas entra en conflicto con lo que Dios dice en su Palabra, entonces ten por seguro que no proviene del Espíritu Santo y no debes hacerlo.
– Llevar una fuerte vida de oración
El apóstol San Pablo nos recomienda: “Orad constantemente” (1Tes 5,17). Esto no solo mantendrá tu corazón y tu mente abierta a la guía del Espíritu Santo.
También permitirá que el Espíritu ore en ti: “Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios…” (Rm 8,26-27).
– Tener una vida sacramental comprometida
En los sacramentos el Espíritu Santo actúa de una manera muy especial. En primer lugar, su gracia te hace un miembro de la Iglesia por el Bautismo. Pero además, en los demás sacramentos, te compromete a ser testigo de Cristo en el mundo.
Los sacramentos son signos visibles del amor de Dios, y te invitan a experimentar una y otra vez este amor. ¿Para qué? Para hacerlo presente, con la ayuda del Espíritu Santo, en la tarea de la Iglesia. Se trata, entonces, de colaborar con Él en su misión de comunicar la vida, de anunciar la persona de Jesucristo en el mundo.
Por eso en los sacramentos recibirás continuamente la gracia, el don poderoso y siempre nuevo del Espíritu Santo. Él es el Guía que te formará como discípulo y misionero. Es el Don que anima, aviva, fortalece, alimenta y hace vivir a la comunidad, a la Iglesia, a la humanidad según la acción del Resucitado y Salvador Jesucristo.
¿Estás siguiendo la guía del Espíritu Santo?
Es importante señalar que tienes la elección de aceptar o no la guía del Espíritu Santo. Cuando conoces la voluntad de Dios pero no la sigues, estás resistiendo a la obra del Espíritu en tu vida (Cf. Hch 7,51; 1Tes 5,19). Y cuando deseas seguir tu propio camino al margen de Dios, entristeces al Espíritu Santo (Cf. Ef 4,30).
El Espíritu Santo nunca va a conducirte al pecado. Por eso, el hecho de vivir en pecado habitual te hará pasar por alto lo que el Espíritu Santo quiere decirte. Estar en sintonía con la voluntad de Dios, apartándote del pecado y confesándote frecuentemente, te permitirá reconocer y seguir la guía del Espíritu.
Otra forma de saber si estás siguiendo la guía del Espíritu es buscar señales de los frutos del Espíritu en tu vida. Recuerda las palabras de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis…” (Mt 7,16). Y ¿cuáles son los frutos del Espíritu? Nos los enumera San Pablo: “…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí…” (Ga 5,22-23). Si te dejas guiar por el Espíritu verás que estas cualidades crecen y maduran en ti, e incluso llegarán a ser evidentes para los demás.
3. Te hace hijo de Dios (Ga 4,6)
Esto quiere decir que es el Espíritu Santo quien te comunica su vida divina, quien te da la filiación divina. Has pasado de ser esclavo a ser hijo de Dios, “hijo en el Hijo”. Por el Espíritu Santo puedes llamar a Dios: “Padre”.
La palabra “hijo adoptivo” nos trae una pobre resonancia. Muchas veces para nosotros un hijo adoptivo es alguien a quien no han deseado. Pero en Cristo en verdad eres “hijo en el Hijo”. Esto es diferente porque el hijo adoptivo solo recibe el nombre, y solo por el nombre es hijo. Pero Dios te ha puesto en comunión plena con Él a través del Cuerpo, de la Sangre, de la Vida de su Hijo. Por ello el Padre descubre en ti al Hijo y eres para Él el hijo amado.
¿Quién te da esta experiencia?
Esta experiencia sumamente sanadora de ser hijo de Dios, de saberte y sentirte infinitamente amado por el Padre te la da el Espíritu Santo.
Además el Espíritu Santo pone en ti los sentimientos de Cristo hacia el Padre, sus sentimientos filiales. Así lo indica San Pablo en la carta a los Gálatas: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Ga 4,6).
Esto significa que es gracias al Espíritu Santo que puedes llamar a Dios: Padre. Es Él quien te hace y te da la experiencia de ser hijo. Y te lleva a invocarlo dulcemente como Padre, haciéndote cada vez más espiritual para que puedas comulgar con Él. Así puedes ser readmitido en la casa del Padre, es decir, en el cielo.
Es el Espíritu Santo quien te hace descubrir la paternidad de Dios de una manera real y auténtica. Él te hace tomar verdadera conciencia de ser hijo de Dios y te revela a ti mismo como “nueva criatura” (Cf. 2Co 5,17). Esta disposición la irás viviendo en la oración y en la obediencia filial.
Seguir a Cristo en obediencia al querer del Padre es identificarte con la voluntad del Padre (Cf Jn 4,34). Bajo la acción del Espíritu Santo aprenderás a buscar siempre la voluntad divina para conformarte con ella. Y lo harás por amor y no por temor, ya que “el amor echa fuera todo temor” (1Jn 4,18). El Espíritu Santo te libra del temor del esclavo y te introduce a la “gloriosa libertad de los hijos de Dios…” (Rm 8,21).
4. Te hace testigo de Cristo (Jn, 15,26-27)
La experiencia de Pentecostés transformó a los discípulos. Cambió su timidez, sus miedos y su cobardía y los hizo testigos. Y ellos comenzaron a dar testimonio de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo.
Ser testigo implica abrazar el Evangelio para que transforme y fermente tu existencia. Solo así podrás irradiar tu fe con coherencia ante todos y a cualquier precio.
El testimonio de vida es acción del Espíritu Santo. Es lo que experimentaron los mártires que, para ser coherentes con su fe y fieles a la justicia, “perdieron” la propia vida. Ellos fueron capaces de darse, de amar hasta el extremo a Dios y a los hermanos. Por eso el martirio ha sido considerado don supremo del Espíritu Santo.
El mismo Jesús enseña que esta capacidad de testimoniar la da el Espíritu Santo: “Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir…” (Lc 12,11-12). No se puede entonces dar testimonio de Jesús sin la fuerza del Espíritu Santo (Cf. 1Co 12,3).
Dos maneras concretas de ser testigo
A veces en el día a día se te puede hacer difícil ser testigo del Resucitado. Y te das cuenta de que tienes la tentación de que tu fe vaya por un lado y tu vida por otro. Pero el Espíritu Santo viene en tu ayuda y te capacita para que des testimonio de dos formas muy concretas:
– Te cristifica
Esto significa que va formando a Cristo en ti. Te hace “sacramento del Resucitado”, es decir, hace presente a Jesús Resucitado en tu vida. Y tú empiezas a asumir el modo de hablar, de pensar, de sentir, de actuar, de amar… de Jesús. Y de esa manera eres transparencia suya para cada una de las personas con las que te relacionas.
Entonces tus acciones comienzan a mostrar la misericordia de Dios, su perdón, su paciencia, su generosidad, su respeto por nosotros, su decisión de hacernos felices y de aceptar nuestra libertad…
Cuando dejas que el Espíritu Santo te cristifique empiezas a vivir como hermano, como servidor. Y crecen en ti la ternura, la amabilidad, el compromiso, el sacrificio, la entrega, la generosidad y tantos otros tantos valores que caracterizan la propuesta de vida de Jesús.
Por supuesto que esto supone un arduo trabajo de tu parte. Pero nunca lo podrías hacer sin la acción del Espíritu Santo. Él es quien formará a Cristo en ti, así como lo formó en el seno de la Virgen María.
– Te hace instrumento en las manos de Dios
Dios siempre actúa en la historia humana a través de mediaciones. Lo podemos ver desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento. Aquí actúa a través de su único mediador Jesucristo. Por eso, si quieres ser testigo del Resucitado tendrás que decirle: “Señor, aquí estoy, listo para servirte a Ti, sirviendo a los hermanos. Aquí estoy dispuesto a dar lo mejor de mí para que tu bendición llegue a todos los que la necesitan…”
Tú tienes que ser las manos y los pies de Dios para tus hermanos. Estás llamado a ser bendición para cada uno de ellos. Porque ser cristiano implica dar la vida a favor de los demás, como lo hizo el Señor con nosotros.
Toda misión que te dé el Señor siempre será grande y sentirás que te desborda. Ese es un criterio de autenticidad de la misión. Pero no puedes tenerle miedo a la misión. Debes dejarte desafiar y ayudar por la acción de Dios. El Espíritu Santo siempre te ayudará y suplirá tus debilidades y fragilidades. Solo espera que te des totalmente y sin límites.
VEN REFLEXIONEMOS NUESTRA VIDA EN EL ESPÍRITU
Y tú ¿dejas actuar al Espíritu Santo en tu vida? ¿Le das la oportunidad de obrar en ti? ¿Lo dejas habitarte, transformarte, hacerte nueva criatura?
Él está deseoso de hacer fructificar sus dones y sus gracias en ti. Quiere que sus carismas florezcan en tu vida para que la Iglesia se vea enriquecida y renovada.
Permítele moverse, vivir, actuar, moldear todo en ti… Verás cómo tu vida se transforma.
Fuente: https://www.discipulasdejesus.org/accion-del-espiritu-santo/
HIJITAS, QUIEREN CRECER EN VIDA INTERIOR
¿Y, elevarse a grandes alturas en la vida interior?
No dejen a Jesús ni en sus pensamientos, ni en sus deseos, ni en sus acciones. Entonces subirán sin cesar hasta cumbres ignoradas y serán favorecidos con diversos grados de unión mística. Pero urge salir de la rutina, esa enemiga del adelanto espiritual, no vegetando como la mayoría en una triste mediocridad. Ambicionen más grandes carismas como enseña San Pablo: (1 Co 12,31). Y saben que el Espíritu Santo está empeñado en hacerles subir, pero les pide que unan sus esfuerzos a los suyos. Son miembros de Cristo y no así de cualquiera manera, sino miembros escogidos, almas selectas. Entiendan que la selección de parte de Dios en ustedes de nada les aprovechará si no cooperan a la acción del Espíritu Santo. Cf. Testamento Espiritual Nº 12