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FAMILIAS

FAMILIAS

Comunidad de vida con las Familias de Hermanas

 Jesús crea en torno a sí una nueva familia. «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 8,21).»

 Las Hijas de Nuestra Señora de las Misericordias, construyen comunidad de vida con sus familias.  La familia, instituida por Dios para que fuese la primera y vital célula de la sociedad humana, es a la vez la primera y principal constructora de vida comunitaria, de fraternidad y comunión.  Desde el momento mismo de la fundación de la Congregación se ha constituido una familia religiosa, con un fin específico y una espiritualidad propia en la que todas las hijas de la Misericordia, de familias diferentes, sea de una familia nuclear, familia extensa, familia monoparental, forma parte de ésta familia vocacional, que es la FAMILIA DE LA MISERICORDIA.

Las  familis de las Hermanas de la Congregación también reciben el llamado de Dios por la inspiración del Fundador Monseñor Miguel Ángel Builes a “ser basilica humana-divina, viviente, crepitante de fe, plena de esperanza, capaz de amar de veras y ejercer misericordia en el vivir por dentro” de cada núcleo familiar, asumiendo un compromiso de pertenencia y participación.

Su santidad Benedicto XVI, nos recuerda que “La familia es la cuna natural de la vida humana”, “La familia es donde la vida comienza y el amor nunca termina”.  Y San Juan Pablo II en sus pensamientos sobre la familia dice: “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que le guían durante toda su vida”. Por tanto es la familia la Gestadora de vida, de vocación, de comunión y de misión.  En nuestra sociedad es muy común decir que una familia  es privilegiada  cuando alguno de sus miembros hace presente a Cristo en ella, por medio de la vocación a la vida religiosa o sacerdotal. Hoy más que nunca hemos de comprender que no es un privilegio, es mucho más: una bendición, un compromiso y un regalo de la Misericordia y Gratuidad de Dios para el mundo, para la misión, para la extensión del Reino.

En el Documentó de Vida Consagrada las familias No.107.  Afirma el Papa San Juan Pablo II: Me dirijo a vosotras, familias cristianas. Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor —como lo ha sido siempre— que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?.  Es preciso recordar que si los padres no viven los valores evangélicos, será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar.  En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da a Dios y a los demás. También es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades espirituales según su propia vocación. Ruego para que vosotras, familias cristianas, unidas al Señor con la oración y la vida sacramental, seáis hogares acogedores de vocaciones”.

La Hermana Yolanda Salas, en la carta dirigida a las familias durante el confinamiento que vive el mundo,  por motivo de la pandemia, define las familias de las hermanas como “ARCA DE LA GRATUIDAD DE DIOS”

Las Comunidades de Vida han estado ligadas a las familias de las  hermanas, velando para que todas las realidades familiares tengan a Dios como punto de referencia, inculcando el amor a la Virgen María Madre de Misericordia y a la Iglesia, ya que cada familia es el signo concreto de la verdadera Iglesia Comunión, para que en cada familia reine el cariño, la alegría, el diálogo y el respeto,  se gesten nuevas vocaciones para el servicio, la entrega absoluta a Jesucristo como “fermento de misericordia y comunión”.

La familia vocacional. «Los padres son los primeros en educar y apoyar las vocaciones.  La familia es vocacionada y  promotora de vocaciones, toda ella se hace discípula y misionera de Jesucristo.

 Corresponsabilidad de la familia y la vocación a la vida consagrada:

  1. La familia tiene un papel fundamental en lo que se refiere a la vocación, porque en ella se va descubriendo y desarrollando.
  2. Un ambiente familiar de verdadera comunión entre los padres e hijos, favorece la vivencia de la fraternidad comunitaria.
  3. La participación y unas relaciones de amor, en el ejercicio de las funciones de cada uno, será fácil que nazca una personalidad integrada, madura, capaz de abrirse a los otros y de dialogar.
  4. La respuesta de la fe y de la vocación tiene un sentido dialógico, esta respuesta será más natural y espontánea cuando se haya recibido en la familia una enseñanza vital gracias a la actitud humana y cristiana.
  5. Ayudar a los hijos e hijas a insertarse en la sociedad civil y eclesial es una Misión Evangelizadora
  6. Contribuir para que sus hijos realicen su participación en la respectiva comunidad humana, y para que, en ese contexto, realicen como creyentes sus carismas de santidad y servicio eclesial.
  7. Participar en la vida de la comunidad como familia vocacional así:
  • En la espiritualidad de comunión y misericordia: oración, celebraciones, jornadas de reflexión
  • En la comunidad de vida: encuentros, talleres, en el compartir fraterno, cercanía y comunicación
  • Apoyando los procesos de formación permanente: con el testimonio y saberes pertinentes
  • Acompañando el envío misionero y evangelizador sin entorpecer la opción y el proyecto propuesto.
  • Saberse una familia vocacional al servicio de una nueva familia religiosa y de los más necesitados de Misericordia.
  • Cada familia de las hermanas “Ejerce la mayor Misericordia consigo misma”

 

 

REFLEXIONES EN TONO A LA FAMILIA VOCACIONAL

 Dimensión bíblica familia y vocación: Jesús, «Pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamo también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron (Mt 4,21-22).»

A lo largo de la vida pública de Jesús se multiplican los llamamientos. «Dejar padre y madre» se convierte en una de las condiciones indispensables para su seguimiento (cf. Mt 19,29; Mc 10,29; Lc 18,29) Ni siquiera se permite enterrar al propio padre (cf. Lc 9,59- 60). Jesucristo demanda el afecto más profundo, dejando a la propia familia en un lugar secundario (cf. Mt 10,37; Lc 14, 26). Cristo confirma el mandamiento de «honrar padre y madre» (cf. Mt 15,4; Mt 19,19; Mc 7,10; Mc 10,19; Lc 18,20) pero también anuncia divisiones familiares profundas por su causa (cf. Mt 10,21.35; Mc 13,12; Lc 12,53; Lc 21,16).

La llamada del Señor a sus seguidores, en algunas ocasiones supone un aparente desgarro, una especie de intromisión en la paz familiar. El paso del Señor ha originado muchas «conmociones familiares». En otros pasajes de la Escritura, Cristo es acogido con alegría, como fuente de bendición para la familia. Su acción salvadora devuelve la esperanza a las familias que sufren.

  • Resucita a la hija de Jairo (cf. Mc 5,22-23.35-43; Lc 8,41-42.49-56),
  • Al hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7,11-16),
  • A Lázaro, el hermano de Marta y María (cf. Jn 11,17-45).
  • Cura a la suegra de Pedro (cf. Mt 8,14-15)
  • A la hija de la Cananea (cf. Mt 15,21-28; Mc 7,24-30).
  • Familias enteras comienzan a creer en Él, como la del funcionario real que intercedió por su hijo enfermo (cf. Jn 4,46-53).

 

Familia y vocación. Hoy es necesario volver a reflexionar sobre dichos términos y acercar el «mundo  familiar» al «mundo vocacional». La relación entre ambos no es evidente para todos pero su mutua implicación puede resultar muy beneficiosa para toda la Iglesia en su conjunto, familias y consagrados.

Y, ¿cuál es el secreto para vivir una vida plena? De nuevo, el principio vocacional: «la vida es un don recibido que, por su propia naturaleza, tiende a volverse un bien donado». Y eso se aprende en casa. ¿Qué mejor lugar que el hogar familiar para aprender a valorar los dones que se han recibido de Dios? Allí experimentamos la gratuidad del amor, donde somos amados por nosotros mismos, donde no se nos exige unos resultados. La familia es un ámbito privilegiado para comprender que existe un don previo a cualquiera de nuestras decisiones.  Allí aprendemos a decir «gracias» y a ponernos al servicio de los demás.

La familia no solo «forma en el sentido de la gratitud, en el aprecio del don, en la convicción de que todo lo que tengo y lo que soy, lo he recibido; sino que se convierten en los primeros «animadores vocacionales» de sus hijos y los que cultivan y acompañan en el camino de la fidelidad y la perseverancia.

La Familia es capaz de mostrar la estructura vocacional de la vida y pueden convertirse en ejemplo para sus hijos de gratuidad, de generosidad, de sobriedad y sencillez de vida, de valentía en enfrentar las dificultades, de preocupación por todos, especialmente de los más pobres.

La educación Vocacional.  No es una sobre-estructura de la educación familiar. Es más bien lo que explicita su naturaleza e identidad. Porque los padres no son llamados únicamente a dar la vida física, a proveer la instrucción en la progresiva y variada formación de los hijos, con miras a un excelente posicionamiento futuro.

Sino que deben hacerle don para la vida eclesial y ayudarlo a descubrir su lugar en la Iglesia, en la comunidad de los llamados y redimidos. Sólo quienes han llamado a la vida terrenal pueden educar a percibir “la otra voz”, la de Aquel que llama a la plenitud de la existencia». Los padres «llamados», que viven su matrimonio como una vocación a la santidad, se convertirán en padres «llamantes», auténticos promotores vocacionales.

A lo largo de la historia, podríamos encontrar miles de testimonios de familias cristianas que han vivido así. Han sido el terreno fecundo donde se han desarrollado todo tipo de vocaciones. Han enseñado amar a los hijos, dándoles las herramientas necesarias para responder a la vocación al amor, en las modalidades del matrimonio y de la vida consagrada.

Las familias vocacionales, son aquellas que viven en continua oración, en la escucha de la Palabra de Dios.

Si los padres cumplen con esta responsabilidad, estaremos en condiciones de crear una verdadera «cultura vocacional».  El Papa Juan Pablo II, hizo un fuerte llamado sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada, mostraba su deseo de que toda la comunidad cristiana tuviese una constante y paciente atención al misterio de la llamada divina para promover una «nueva cultura vocacional en los jóvenes y en las familias»

La familia vocacional, se esfuerza por construir una verdadera y auténtica cultura vocacional».  Y una d las condiciones es que sean unos auténticos «padres» en la fe. «Son precisos “padres” y “madres” abiertos al don de la vida; esposos y esposas que testimonien y celebren la belleza del amor humano bendecido por Dios; personas capaces de diálogo y de “caridad cultural” para transmitir el mensaje cristiano mediante los lenguajes de nuestra sociedad»

Si las familias cristianas son capaces de vivir de manera vocacional, podremos ver la llegada de un profundo y esperando cambio cultural. La vocación «es el corazón mismo de la nueva evangelización, es la llamada de Dios al hombre para un tiempo nuevo de verdad y libertad, y para una nueva construcción ética de la cultura y de la sociedad.

Las familias vocacionales son capaces de ofrecernos una esperanza. Esperamos mucho de ellas. «Es imprescindible la formación de los padres, desde el curso prematrimonial, hasta la formación permanente. Es preciso llamar a los padres a la responsabilidad vocacional». Devolver el protagonismo a las familias.

«El signo de una pastoral familiar adecuada es precisamente el hecho que florezcan las vocaciones». A pesar de las circunstancias adversas, las familias se han mostrado portadoras de una luz que sólo ellas pueden proyectar. Con el testimonio de una vida familiar feliz y acorde con el plan de Dios, las familias cristianas ofrecen a nuestra sociedad una nueva esperanza para todo aquel que busca con sinceridad el amor y la comunión.

La misión de la Iglesia es hermosa y estimulante. «Vale la pena trabajar el llamado vocacional con y desde la familia,  el ser más precioso creado por Dios.» (Papa Juan Pablo II)

En el documento “Vida Fraterna en Comunidad” No. 107 San Juan Pablo II expresa: Me dirijo a vosotras, familias cristianas. Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor —como lo ha sido siempre— que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?.

Es preciso recordar que si los padres no viven los valores evangélicos, será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar. En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da a Dios y a los demás.

También es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades espirituales según su propia vocación. Ruego para que vosotras, familias cristianas, unidas al Señor con la oración y la vida sacramental, seáis hogares acogedores de vocaciones.

El Concilio Vaticano II  ha subrayado el influjo de la familia en toda la vida de los hijos, concretamente en lo referente a la elección vocacional. La familia no es importante sólo por el hecho de crear un ambiente más o menos favorable a las vocaciones, sino que con frecuencia es, en un cierto sentido, mediadora de la llamada divina.

Por ese motivo el Concilio llama a la familia « primer seminario », « semillero » de vocaciones. Todo esto nos da a entender algo de la importancia que la institución familiar tiene para los individuos, tanto en general como en lo referente a su opción vocacional.

 

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