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TESTIMONIAN LA KOINONÍA | Hijas de la Misericordia

TESTIMONIAN LA KOINONÍA

La comunión eclesial no es el resultado de la buena voluntad de los hombres que se asocian por algún interés o por amistad, sino, ante todo, un don que viene de lo alto, que brota de la voluntad del Padre de hacer partícipes a los hombres de la vida de su Hijo y solidarios entre ellos.

Para comprender la noción de koinonía revisten los escritos paulinos. El primer elemento que caracteriza la concepción paulina de koinonía es su fundamentación en la vida trinitaria. Esto hace imposible reducir la koinonía a un aspecto meramente societario humano provocado por un interés particular o un fin común. La concepción paulina de koinonía es eminentemente religiosa: se funda sobre el evento extraordinario de la encarnación del Hijo de Dios. En razón de ese evento el hombre es radicalmente transformado en lo profundo de su ser, puede compartir la vida misma de Dios y gozar de un nuevo título de fraternidad.

Ese es el núcleo de la concepción paulina de la koinonía, la originalidad que la diferencia de otras concepciones grecas o judaicas. Para Pablo, la koinonía no corresponde a sociedad, en cuanto comunidad fundada sobre la naturaleza terrena del hombre koinonía se refiere, en primer lugar, a la relación de fe con las Personas divinas; es participación en la vida del Hijo (1 Cor 1, 9), en el Cuerpo y Sangre de Cristo (1 Cor 10, 16), en el Espíritu Santo (2 Cor 13, 13), en el evangelio (Flp 1, 5), en los padecimientos de Cristo (Flp 3, 10), en la fe (Fil 6), es comunión en el Cuerpo de Cristo (Col y Ef).

De esa participación en la vida divina deriva la solidaridad de los cristianos y muy especialmente de la vida consagrada entre sí. La koinonía en su sentido vertical subraya la iniciativa divina pero no excluye la libre respuesta del hombre. La koinonía tiene una estructura sacramental. Siendo un hecho esencialmente espiritual, que se realiza en el Espíritu (2 Cor 13, 13) y se expresa en la fe, está ligada a los gestos sacramentales (al Bautismo en 1 Cor 1, 9 y a la Eucaristía en 1 Cor 10, 16).

Bautismo y Eucaristía constituyen la inserción más profunda en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La novedad extraordinaria de la comunión con Dios comporta una novedad de relaciones de los cristianos entre sí. Según Pablo, esta novedad es ante todo un hecho espiritual, un compartir consolaciones y sufrimientos (Rm 12, 13; 2 Cor 1, 5-7; Flp 3, 10; 4, 14). Pero también tiene manifestaciones visibles y concretas, lo que se hace evidente, por ejemplo, en la colecta para los pobres (Rm 15, 26; 2 Cor 8, 4; 9, 13), porque en Cristo los cristianos poseen todo en común.

La importancia de la dimensión visible de la koinonía emerge también de la división de los sectores del apostolado (Gál 2, 9); también es evidente donde la comunión en la fe se da (Flp 1, 5; Fil 6), significa la activa colaboración en la tarea evangelizadora. Cuando se ve la koinonía como comunión espiritual (2 Cor 13, 13; Flp 2, 1), no se trata sólo de fraternidad de los espíritus sino de la concordia visiblemente operante. El carácter eminentemente religioso de la concepción paulina de koinonía no excluye, entonces, que ella tenga un contenido societario humano. Un texto particularmente elocuente en relación a la koinonía se encuentra en los Hechos de los Apóstoles 2, 42.

Los exégetas proponen diversas interpretaciones, las cuales no se excluyen. Algunas son: comunión de los espíritus, es decir, unanimidad; también comunión jerárquica, comunión de alimentos. Pero la interpretación más aceptada es: puesta en común de bienes, lo cual implica un aspecto económico y un aspecto caritativo, el último es raíz de lo anterior. En este sentido, el término koinonía es usado también en Hb 13, 16; Rm 15, 26; 2 Cor 8, 4; Flp 1, 5.

Si bien la comunión de bienes salía al frente de reales situaciones de pobreza, ella era algo más: era expresión visible de la comunión espiritual que ligaba a las diversas comunidades. Koinonía supone el intercambio espiritual y físico de dar y recibir del que habla Pablo en Rm. 15, 26.

Para san Juan, los discípulos que acogen el anuncio de la Palabra de la Vida, entran en comunión con sus testigos (los apóstoles) y, por medio de ellos, con Jesús y con el Padre (1 Jn 1, 3; 2, 24). Además, los cristianos, unidos entre ellos, permanecen en el amor del Padre y del Hijo, como el Padre y el Hijo son el uno en el otro y no son sino una sola cosa, como los sarmientos unidos a la vid (Jn 14, 20; 15, 4. 7; 17, 20-23; 1Jn 4, 12).

La observancia de los mandamientos de Jesús es el signo auténtico del deseo de esta comunión permanente que es realizada por la potencia del Espíritu y es nutrida por el pan Eucarístico. El capítulo 17 de san Juan debe ser considerado como el gran texto revelado sobre la profundidad interior de la comunión. Como brevemente se ha podido señalar, la categoría comunión, koinonía, tiene una profunda raigambre bíblica y, en el Nuevo Testamento, ha servido para indicar el misterio de la Iglesia de Cristo.

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