“El da la fuerza al que está cansado, robustece al que está débil. Mientras los jóvenes se cansan y se fatigan y hasta pueden llegar a caerse, los que en Él confían recuperan las fuerzas y les crecen las alas como de águilas. Correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40,29-31)
Dejémonos conducir por el Espíritu para descubrir a Dios en su Palabra, y por el amor ardiente a Él y a la humanidad, comprendamos mejor el carisma recibido que nos legara el Venerable Fundador. Dirijamos la mirada a la espiritualidad entendida como vida en el el Espíritu hasta penetrar en lo concreto de la vida el sentido evangélico y espiritual de nuestra consagración bautismal y en su nueva meta: una vida consagrada que sea escuela de espiritualidad evangélica desde la espiritualidad de comunión y misericordia. Cf Caminar desde Cristo Nº 20
MUJERES DE VIDA EN EL ESPÍRITU
Vivimos vida teologal desde la fe, esperanza y caridad; en esta escuela aprendemos a tratar con quien sabemos nos ama y nos habita amorosamente, celebramos la Eucaristía, centro y fuente de vida y comunión fraterna y eclesial.
Nuestra vida consagrada y discipular es un encuentro íntimo y personal con la adorable persona de Jesucristo que nos hace crecer y compartir la vida en el Espíritu. El discipulado tiene por meta el conocimiento y adhesión amorosa a la adorable persona de Jesús, esto nos lleva a la CONVERSIÓN. Jesús dijo a Nicodemo y en él a nosotros: “Si no naces del agua y del espíritu no entrarás en el Reino de los cielos. Nacer de nuevo, es tener nueva vida; se deshace nuestro hombre viejo que corrompido por la malicia y el pecado y se nace de nuevo a la vida de la gracia.
Ante Dios, todo lo demás palidece, incluyendo los bienes y aun, los lazos de parentesco más estrecho. Nada puede anteponerse a Él; nada que “compita” con Él; nada que sea un obstáculo entre Él y nosotras. Esta realidad esponsal se expresa en la vida teologal radicalmente vivida como misión de ser un Templo “humano-viviente, crepitante de fe, pleno de esperanza, capaz de amar de veras, capaz de subir hasta el trono de Dios, capaz de coadyuvar a la salvación del mundo pecador e infiel”. Cf. A locución de Fundación 1951
ORACIÓN Y CONTEMPLACIÓN
Jesús por la oración entabla con nosotros una amistad intima y profunda, amistad que abarca no solo el espacio sino también el tiempo, nuestras aspiraciones y nos va identificando con El, no obstante la continua tentación a llevar por un lado la fe y por otra la vida. Pero es el Espíritu Santo quien viene en nuestra ayuda y nos capacita para dar testimonio de ser mujeres identificadas con Cristo y consagradas de dos modos particulares:
- El Espíritu Santo nos cristifica
Esto significa que va formando a Cristo en nosotros. Nos hace “sacramento del Resucitado”, es decir, hace presente a Jesús Resucitado en nuestra vida. Y empezamos a asumir el modo de hablar, contemplar, pensar, sentir, actuar, amar… de Jesús. De esa manera seremos transparencia suya para cada una de las personas con las que nos relacionamos (Espiritualidad de comunión y Misericordia).
Nuestras acciones comienzan a mostrar la misericordia de Dios, su perdón, su paciencia, su generosidad, su respeto por nosotros, su decisión de hacernos mujeres felices y de aceptar nuestra libertad de consagrarnos a El más íntimamente. Cf Testamento Espiritual Nºs. 30-40
Cuando dejemos que el Espíritu Santo nos cristifique empezaremos a vivir como hermanas y servidoras de los hermanos más vulnerables. Y crecerá en nosotras la alegría del seguimiento, la ternura, la amabilidad, el compromiso, el sacrificio, la entrega, la generosidad y tantos otros tantos valores que caracterizan la propuesta de vida de Jesús que soñara para nosotras el Venerable Fundador. Cf Testamento Espiritual Nº 41-42. Esto supone un arduo trabajo de nuestra parte, Solo lo podemos lograr con la acción y ayuda del Espíritu Santo. Él es quien forma a Cristo en nosotros y en las personas que Dios nos confía, así como formó a Cristo en el seno de la Virgen María.
- El Espíritu Santo nos hace instrumento en manos de Dios
Dios actúa en la historia humana a través de mediaciones. Lo vemos desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento. Aquí actúa a través de su único mediador Jesucristo. Por eso, si queremos ser testigos del Resucitado tendremos que decirle: “Señor, aquí estoy, listo para servirte a Ti, sirviendo a los hermanos. Aquí estoy dispuesto a dar lo mejor de mí para que tu bendición llegue a todos los que la necesitan…”
Toda misión que nos dé el Señor siempre será grande y sentiremos que nos desborda. Ese es un criterio de autenticidad de la misión. Pero no podemos tenerle miedo a la misión. Debemos dejarnos desafiar y ayudar por la acción de Dios. El Espíritu Santo siempre nos ayudará y suplirá las debilidades y fragilidades. "Ah hermanas, tenemos un Dios que es misericordia y perdón, cuya cualidad propia es la misericordia, que está pronta a perdonar... para eso se hizo hombre· Cf. Alocución MAB 03.19.55.
"Hijitas, hablen de manera amorosa, continua y esforzada con el Dios que habita en su pecho... es menester luchar contra la disipación del espíritu y del corazón, en todo tiempo y lugar, procuren el recogimiento continuo. Conversen con Él amorosamente como se conversa con el amigo. Aún en medio de las más absorbentes ocupaciones vuélvanse al amigo querido" Cf. T. E. 69-72